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miércoles, 29 de agosto de 2012

El jaque mate de Melisa


Melisa D’Oro trabaja en una escuela pública de Flores. Siempre tuvo nombre y aspecto de varón. Hasta que decidió vivir su libertad también en el aula. Hubo una charla con los alumnos y con los padres. Ahora sigue dando clases. Ahora es “la profe” de ajedrez.
Sólo minutos atrás, Enrique Samar, el director de la Escuela 23 del Distrito Escolar 11, General Savio, dijo que él había sido “el único que nunca se había dado cuenta de nada”, pero que recibió con naturalidad el correo electrónico que Melisa envió a autoridades docentes y colegas el día mismo de la sanción de la Ley de Identidad de Género. El 9 de mayo de este año, Melisa les anunciaba que estaba presta a asumir también en su ámbito de trabajo la identidad de género que elegía para vivir su día a día. Faltaba poco para las vacaciones de invierno, dice ella, “y yo venía preparando esto de manera gradual, por los demás y porque quería que fuera natural”. El año pasado, cuando el matrimonio igualitario llevaba en pie más de un año, cuando la Identidad de Género estaba todavía en trámite parlamentario, se juró que durante 2012 “sí o sí” dejaría de travestirse como varón para dar clase porque “no aguantaba más” ser una persona en la vida cotidiana y otra en las cinco escuelas donde cada semana enseña ajedrez a unos 800 chicos de 2º a 5º grado.
Hace seis años, en víspera del comienzo de clases, tenía las uñas largas, esmaltadas. Se las había cuidado todo el verano, y por eso esa noche lloró: “Al día siguiente tenía que ir a la escuela. Entonces me las corté. Mientras me las cortaba, me caían las lágrimas.” Melisa D’Oro, que entonces llevaba nombre de varón y era el profesor de ajedrez, también se quitó el esmalte. Al día siguiente fue a la escuela, dio clases; a la noche “me decidí: dije nunca más me las corto. Al que le gusta, bien, al que no, que mire para otro lado. Me las pinté. Me desentendí de lo que pudiera pasarle a otro con mis uñas”. Lo dice ahora, a menos de dos meses de “salir del closet laboral” y haberse convertido, a su pesar, “porque no quería ser la primera”, en la primera docente porteña abiertamente trans. “No salía nadie y no aguantaba más”, dice entre risas mientras a través de la puerta, en esta escuela pública de Flores, llega el murmullo de niños y niñas saludando al unísono a la maestra para empezar la jornada.
Dos meses después, antes de retomar las clases en la escuela de Flores cuyo patio desborda de guirnaldas y láminas dibujadas con trazos infantiles, los coordinadores de ajedrez, el supervisor y Samar se reunieron con los padres de los alumnos. “Bueno, en realidad casi todas madres”, se corrige el director. Melisa había escrito una breve, bella carta en la que refería derechos pero ante todo libertades; la había fechado el 9 de julio (“el día de la Independencia, para que fuera también mi independencia”) y se la había entregado porque ella no iba a ser capaz de leerla sin emocionarse. El texto, dirigido “a mis alumnas y alumnos, a las madres y padres, a todxs mis colegas docentes, al equipo de conducción, al personal auxiliar, a mis compañeros y compañeras de trabajo”, anunciaba que “después de muchas dudas y reflexiones, dejaré de lado mis propios prejuicios y temores y me asumiré como la persona que soy, una persona ‘trans’, una ‘mujer trans’”.
Melisa, que descreía de la sanción de la Ley de Identidad de Género, se había pertrechado de fundamentos legales para su libertad (“la Constitución Nacional, la Constitución de la Ciudad”) en caso de que explicar que su deseo era ser ella misma no alcanzara. Cuando finalmente anunciaba su decisión, el contexto era otro. Por las dudas, al pasar, la carta refiere esas normas. De todos modos, también reconoce que “una cosa son las buenas intenciones (y las buenas leyes) y otra muy distinta su puesta en práctica. De allí mis temores y mis dudas”. “Pero mi propia identidad y mi obligación de ser coherente con mis creencias y sentires más profundos me llevan a dar este paso trascendente en mi vida, una vida que nunca será plena y feliz si no manifiesta la esencia de mi propio ser. Y mi ser es profundamente femenino. Y ese género que siento como propio debe correlacionarse con un nombre que me identifique cabalmente, y ese nombre (que es el mío desde hace muchos años) es Melisa. Y porque soy y me siento ‘Melisa’, es que mi imagen corporal dejará la cáscara masculina.”
En la última clase antes de que comenzaran las vacaciones de invierno, Melisa había despedido a sus alumnos anunciando que se venía “un cambio”. Dice “un cambio” y sube las manos para luego bajarlas rítmicamente, como haciendo lluvia, como haciendo una cortina para el antes y después. “Prepárense”, les decía, y entonces alguna voz preguntaba “¿va a venir de pollera, profe?”. “Seguramente”, respondía quien todavía, a pesar de las cejas depiladas, las uñas, la bijou y “la imagen andrógina para que el cambio no fuera tan abrupto”, era el profe. “Pero siempre era jugando, desdramatizando, naturalizando el cambio. Creo que tal vez cuesta más a los adultos que a los chicos.” Algunos padres, o mejor dicho, algunas madres, con quienes había alguna charla al pasar también quedaban sobre aviso cuando iban a buscar a los chicos. A pesar de esa androginia, Melisa no podía estar enteramente segura sobre qué pasaría, porque “una cosa es la estética, si querés, gay, de cejas depiladas, las uñas, y otra ser una mujer trans”.
Entonces, el lunes 30 de julio en que las autoridades reunieron a entre diez y quince madres y padres, y, después de que todos leyeran la carta, habló el director Samar.
–¿Qué les dijo?
–Nos pareció importante entender que todos teníamos que estar felices de que Melisa estuviera viviendo una situación de mayor libertad. Lo que es verdad y libertad es bueno. Todos tenemos que estar felices de que una persona pueda vivir con su verdad. Y la charla fue buena: sólo una madre puso reparos y sacó a su hijo del taller de ajedrez. Es una pena, porque el chico se está perdiendo una actividad que disfrutaba. Ya volveremos a hablar con ella, pero no para presionarla, claro. Todo hay que hablarlo. Así como el 24 de marzo a los chicos les contamos que las maestras no podían usar pantalones, o que había directores que obligaban a los chicos a usar corbata porque eso era lo más importante del mundo, en este caso hablamos de libertad. Y los chicos responden bien.
Esa misma tarde, después de la reunión de padres y autoridades, llegó Melisa. Iba a ser la primera clase que diera asumiendo la identidad de género que vivía hacía años puertas afuera del mundo escolar, ese universo en el cual ya lleva enseñados los rudimentos del ajedrez a cerca de 20 mil chicas y chicos. Primero pasó por la sala donde terminaba el encuentro. La recibieron “a los besos”, “con mucho afecto”. La docente recuerda hoy, a no tanto tiempo de esa escena, que “fue emocionante, muy fuerte”, pero no tanto como el encuentro con sus alumnos, que la abrazaron y le sonrieron ya no como antes, sino más. “Vinieron, me abrazaron. Me derriten.”
Un día después, Melisa dio clase a su 3º grado en una escuela de Barrio Norte.
–Una nena me preguntó “¿por qué no hizo esto antes?”. Y entonces les conté que a la edad de ellos, para mí, fue muy difícil. Les empecé a contar lo que era la sociedad años atrás. Yo ya era diferente en 1º grado, sufrí bullying, violencia de mis compañeros. Dejé 1º grado porque no soportaba esa violencia. Rendí libre hasta 4º grado, y recién empecé a ir a la escuela en 5º, porque la directora era la misma maestra que me daba clases particulares. Les conté que si yo hubiese hecho esto antes, no hubiera estado dándoles la clase, porque me hubieran echado de mi casa, no hubiese llegado a los 20 años. Todo en la medida en que pueden entenderlo, porque son chicos chiquitos los de 3º grado. Cuando terminé de hablar, hubo dos segundos de silencio. Y después me aplaudieron, vinieron a abrazarme. No sabía cómo contenerme, se me caían las lágrimas de la emoción.
Las hijas de Melisa, de 16 y 21 años, dice ella, orgullosa a más no poder, “están felices” también con el fin de ese “closet laboral”, que es un nuevo comienzo. Tanto que, a poco de empezar los trámites, ella sabe que diciembre no pasará sin un nuevo DNI. “Año nuevo, documento nuevo”, dice, y se ríe.
Cuando Melisa llevaba nombre de varón, se pintaba las uñas de bronce, de dorado, de nácar, de rosa. Ahora las lleva de rojo furioso.
Por Soledad Vallejos – (Pagina 12)

Queens & Kings