Hoy. Malva en una foto tomada recientemente. |
“Yo no cambiaría mi nombre, porque ya hice mi vida. A mí no me interesa que figure Malva, si soy Octavio. No me molesta si me dicen ‘él o ella’ porque me reconozco de las dos maneras. A mí la que me discriminó fue la policía y el sistema de gobierno, la sociedad nunca me rechazó. Vestirme de mujer me hacía sentir bien, pero en la intimidad no me hubiera gustado ser mujer”. Malva habla con la convicción y la seguridad de 90 años bien llevados, y vividos intensamente. Es considerada la primera transexual en la Argentina, aunque ella no se reconoce bajo esa denominación moderna y se define como un “homosexual con tendencias femeninas”. En su sencilla casa de Villa Urquiza compartió sus experiencias de casi un siglo atrás y opinó sobre los últimos logros legislativos que benefician a la comunidad.
—¿Qué opina sobre la aprobación de la Ley de Identidad de Género?
—Es magnífica, un paso gigante. En mi época, todo esto era una utopía; no se podía imaginar algo semejante. Me conforma mucho que haya sido una mujer la que doblegó el machismo y los hizo aprobar la identidad de género y el matrimonio igualitario. El hombre macho hétero se va a tener que acostumbrar a que a su lado haya un maricón, porque no está culturizado totalmente como para aceptar a otro que sea distinto a él.
—¿Cuáles son los beneficios concretos que encuentra en esta ley?
—La autodeterminación es muy importante, para tener una vida tranquila como la que nunca tuvimos en mis tiempos. Si yo tuviera veinte años, le pediría a un médico que me sacara este cuerpo, esta escafandra que no me llena, que no me llega, y para ser mujer. Con la nueva ley ya nunca más un juez evaluará si una persona necesita o no operarse. Los jueces, que se ocupen de otras cosas, no de la vida privada de las personas con otra orientación sexual. Además, es importante tener documento con la verdadera identidad, como es el pasaporte. Las veces que en mi juventud quise salir del país tuve que explicar quién era, porque no entendían si era hombre o mujer.
Memorias.
Con sus noventa años ya cumplidos, Malva es un ícono de la comunidad trans, sin embargo ella no se identifica como tal. “Soy orgánicamente hombre, no tengo vagina. Aunque tenga cierta tendencia femenina, no significa que sea mujer. Yo no elegí mi sexualidad. Siempre me pregunté qué es lo que me impulsa a que me gusten los hombres. Para mí es un gen, ésa es mi teoría aunque otros no la entiendan”, aclara. En su libro Malva, mi recorrido, editado por el Centro Cultural Rojas en 2011, analiza estas cuestiones y relata en primera persona las condiciones de vida de travestis y transexuales en el país, dándole palabra a un sector segregado por la sociedad durante muchos años. Malva nació en Santiago de Chile. Se refugió en Buenos Aires para alejarse del control severo que se vivía a fines de los 30.
—¿Cómo y por qué decidió venir a vivir a la Argentina?
—Tenía 17 años, era el año 1939. Mi padre había fallecido. El severo control ejercido por mi hermano y la falta de perspectiva en mi futuro me impulsaron a que dejara mi casa. Al llegar al país tuve muchos oficios: fui lavaplatos, mozo, incluso fui niñera. Era un nene divino que lo llevaba a la plaza San Martín para que jugara. Siempre fui digno, nunca tuve que recurrir a la prostitución, es algo que aborrezco. Recién a los 40 años empecé a dedicarme a la que fue mi verdadera profesión, la de modisto. De 1960 a 1966 trabajé en las más importantes obras de teatro de revistas y comedias musicales.
—De todas formas, las cosas acá tampoco deben haber sido fáciles. ¿Cómo vivió su vida siendo homosexual en la Argentina?
—A pesar de que no me vestía con ropa de mujer, de todas maneras la policía me detenía porque “sentía olor a puto”. Estuve preso varias veces por mi condición sexual. Por ejemplo, en la época de Onganía y Viola no se podía vivir, había unas razzias espeluznantes. Recuerdo que para esa época trabajaba de modista (SIC) en un show donde actuaba Mariquita Gallegos, Pinocho (Juan Carlos Mareco), Celia Cruz y Los Bombos Tehuelches. Una noche fui a hacer la última prueba de vestuario.
Al salir del teatro Avenida saludo al portero y en la esquina me detiene un policía. Me pidió mi DNI, pero no lo tenía, no lo usaba, ya que sabía que no importaba ninguna explicación, me iban a detener de todas maneras por puto. El portero le avisa a Pepe Parada, que por casualidad estaba en el teatro y él va a la comisaría. A cambio de unas entradas que les dio Pepe, me liberaron.
—¿Estuvo muchas veces detenida?
—Haciendo una sumatoria, durante el gobierno de Perón, que fue cuando comenzó la mayor persecución contra nosotros, me detuvieron treinta veces. Contando lo que sucedió durante los otros gobiernos, sumé cincuenta ingresos a la cárcel de Devoto. Lo calculé en días y me dio más de 4 años. Esta es la condena que recibí por el solo hecho de ser puto. No robé, ni maté, ni incurrí en cosas incorrectas. Me condenaban sólo por el color sexual distinto a lo de los demás, nada más.
—¿Sufrió algún tipo de maltrato dento de la cárcel?
—Sufríamos mucho maltrato psíquico, un trato asqueroso. Si un amigo me llevaba cigarrillos o se los fumaban los policías o se los daban a otro preso. Lo mismo con la comida. Nos insultaban y nos torturaban verbalmente.
Varias de las fotos de su libro la muestran vestido de mujer, incluso como bailarina de una scola do samba. Malva cuenta que viajó por trabajo por distintos países de Latinoamérica, y también debió esconderse en Brasil para alejarse momentáneamente de las persecuciones. “En dos oportunidades intenté irme a vivir a Brasil. La primera fue en 1965, después de pasar treinta días de arresto en Devoto. Pedía plata prestada y me fui con lo puesto. Me cansé de estar preso. Conocí unos dibujantes de bocetos de una scola de San Pablo y empecé a trabajar como vestuarista. Si bien estaba tranquilo, extrañaba mucho Buenos Aires y regresé. Cinco años después volví porque había crecido la persecución. En ese momento trabajé cosiendo vestidos y trajes en un templo umbanda.
—¿Nunca volvió a su país natal?
—No. Yo tengo mi vida y es distinta a la de mi familia. No pueden participar en mi vida, como yo tampoco en la suya. Asumí mi condición homosexual y me fui. Mi hermano mayor me adoraba pero esperaba que tuviera novia, algo imposible. A las mujeres las respeto y las quiero, pero no me acuesto con ellas.
—¿Se enamoró alguna vez?
—No, no tuve un gran amor. La sociedad era muy machista. Si andabas con alguien, no caminaba a tu par, se disimulaba todo. Yo era lo que era, pero vestido de varoncito, no había lugar para ser ni para estar en pareja como ahora.
—¿Le hubiera gustado formar su familia?
—Sí, porque me encantan los chicos. Hay un chiquilín que me robó el corazón. Tengo una familia que elegí, que me acepta como soy. A ellos nadie me los va a sacar, ni la policía ni nadie. También tengo amigos e incluso mis vecinos saben lo que soy y me aceptan tal cual.
—¿Cómo define su vida en la Argentina?
—Mi vida es como un bazar, hay de todo. El día que me toque morir, me voy muy satisfecho, viví intensamente. Fui testigo de muchos acontecimientos en la Argentina, es mi país adoptivo, soporté de todo pero siempre que me fui volví. Viví tiempos horribles, por eso valoro tanto la democracia. Yo no podría estar hablando de estos temas en otros tiempos, eso hay que valorarlo. Fui mal mirado, maltradado pero por mi condición pude conocer a la mujer cabalmente como también al hombre. A pesar de todo, si volviera a nacer, volvería a ser maricón.
Por Gisela Nicosia / Paulina Maldonado – (Perfil)
Queens & Kings