Entre el público hay bailarines locales y turistas. Y no se habla del rol del hombre y la mujer, sino del conductor y el conducido. Clarín recorrió los lugares más emblemáticos del nuevo circuito nocturno.
“Al mal tiempo, buena cara” está sonando sobre la pista de madera alumbrada por focos rojos y amarillos: diez parejas bailan, pero sólo dos son de hombre y mujer. Algunos hombres cierran los ojos, se entregan mejilla con mejilla a sus compañeros y hacen piruetas sensuales con las piernas. Una mujer de 30 años se acerca a otra y le dice: “¿Querés bailar?”.
La escena se puede ver varias veces por semana en milongas que permiten bailar tango a parejas gay en la Ciudad. Dicho de otro modo: permiten que los roles rígidos de hombre y mujer varíen para que cada integrante de la pareja asuma el que más le guste. El fenómeno comenzó hace años, pero tímidamente, en reductos pequeños y con concurrencia baja. Ahora, sin embargo, se disparó, con más convocatoria (noches de hasta 70 parejas en pista) y hasta dos festivales previstos para este año. Un cronista de Clarín se lanzó a descubrir el velo de ese submundo que ahora se hace visible.
Se habla, principalmente, de dos lugares: “Tango Queer”, con clases y milonga los martes en Perú 571, y “La Marshall”, los domingos en Rivadavia 1392 y los viernes en Riobamba 416. Pero hay otros sitios como la milonga La Bataclana, el segundo domingo de cada mes.
“Cuando empecé en 2002, había cuatro chicas. Ahora vienen entre 30 y 70 personas cada noche”, dice Mariano Docampo, que dirige “Tango Queer”. Javier, de “La Marshall”, agrega que hay un público fiel que se está afianzando, además de los que vienen para probar y se van quedando. Alrededor del 40% de los visitantes son extranjeros. La edad varía entre 20 y 70 años, con predominio del segmento 25-45.
En las escuelas, no se habla del papel del hombre y de la mujer, sino de “conductor” y de “conducido”. Mariano Garcés, profesor en “Queer Tango Marathon”, precisa que cada uno aprende los dos roles. “Así se entiende cómo baila el otro”, opina Daniel, de 46 años. Marco, de 44 años, agrega: “Los dos roles me gustan. Al ser conducido, escuchás la música de tu pareja. El conductor transmite la intención, que está en su abrazo”.
En “La Marshall” se enseña la técnica del tango tradicional. “Hay costumbres que no se deben perder, como el cabeceo, que consiste en invitar a distancia”, dice Javier. En “Tango Queer” la gente va hasta la mesa para invitar y es muy raro que se rechace un baile. El resto: ropa informal, ambiente relajado.
“Hace 20 años, era impensable que dos hombres bailaran juntos. Iba con mujeres y miraba a los hombres. Siempre fue mi sueño bailar con ellos”, precisa Sergio, 62 años. Mayra, de 22, agrega: “Una lesbiana obviamente prefiere la compañía de una mujer. Vine a tango Queer también porque me gusta llevar y cambiar los roles”.
La joven agrega: “En el tango tradicional te explican el rol femenino y tenés que esperar a tu compañero, es machista”. Agrega: “Acá no hay prejuicio de identidad sexual. Las mujeres no ocupan las posiciones que tenían hace otros años y el tango no puede ser ajeno a los cambios que se están dando”.
Pablo “El Indio” Benavente, profesor en “La Catedral” y organizador de una milonga en plaza Dorrego, explica que los prejuicios están cayendo y que cada vez más milongas aceptan parejas del mismo sexo. Es el caso de “La Viruta” y de lugares más pequeños como “La Práctica de Jesús” y “La Picola Milonga”. Sin embargo, una profesora de la red de clubes tradicionales “Megatlon”, donde se enseña tango, dice: “Ahí no está prohibido formalmente, pero no se puede hacer. Viene gente grande que no está preparada para eso, es una cuestión de imagen”.
La maestra dice que da clases a grupos gay en lugares privados y que todavía no hay una apertura a esos cambios. Igual, en el último mundial de tango, se dejó por primera vez de hablar de rol de hombre y de mujer y se usó el vocabulario de “conductor” y “conducido”. Cosas de la época, que ningún tanguero todavía cantó.
Por Frédéric Santangelo – (Clarin)
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